Sábado 26 de Mayo de 2007, 16:59

Entró a confesarse y le terminó robando al sacerdote

| El joven tenía 18 años. Dijo que quería confesarse. Que era preso de la droga desde hacía 4 años. Que quería ser libre de eso. El sacerdote lo escuchó, como un padre, y lo invitó a seguir charlando unos días después. Pero volvieron a verse las caras apenas al rato. Él amenazó con matarlo y le robó. El cura no tuvo miedo. Sólo un pesar: “somos corresponsables de estas cosas y tenemos que hacer algo”.

El padre Juan Esteban Rougier tiene 79 años, una sonrisa de 20 y una rapidez mental y profundidad del doble. Relató el episodio con lujo de detalles “Era el 22 de mayo, mi cumpleaños. Aproximadamente a las 21:30, sentí que alguien intentaba abrir una de las puertas que da al comedor de la parroquia, cerrada con llave. Enseguida, dio la vuelta e ingresó por otra. Se presentó como José Luis, dijo que tenía 18 años y que necesitaba confesarse”, explicó Rougier a El Día. El muchacho quería ayuda espiritual. Confesarse. Y llegó a la parroquia de los Santos Justo y Pastor (precisamente, dos santos niños que dieron su vida en el martirio). Le dijo al cura - fuera de confesión - que la droga lo tenía aprisionado desde los 14. “Dijo que era esclavo de la droga. Creo que era sincero y decía la verdad - opinó el sacerdote -. Se le notaba realmente un deterioro físico. Le dije que necesitaba un buen amigo que lo ayudara. Contestó que no lo tenía; que sus amigos no lo ayudaban sino al contrario, lo empujaban a caer más. Y me comentó que había visto luz en el templo y escuchado hablar a gente adentro. Me extrañó, ya era tarde. Lo invité a acompañarme a ir a cerrar, y fuimos. Pero estaba el padre Néstor Toller en una reunión, por lo que nos volvimos. Lo bendije, el muchacho se fue, y acordamos seguir hablando el lunes, ya que tenía que viajar al día siguiente a Paraná”. El padre Rougier se fue entonces a su habitación “a cenar. Siempre tengo que pagar tributo a mi edad - dijo con humor -, por lo que como una banana y el potasio me ayuda a dormir tranquilo, sin calambres. Para tirar la cáscara, abrí la puerta que estaba con llave... y me lo encontré de nuevo, de pie. Seguramente, si yo no lo hubiera hecho, él me hubiera vuelto a llamar bondadosamente como hizo antes”. Allí, la situación se desencadenó con violencia y rapidez. “¡La plata, la plata!”, gritaba el muchacho. “¡Deme la plata! ¡O lo mato!”. “Pero querido... ¿no quedamos en vernos el lunes?”, dijo calmo en viejo sacerdote, mientras era llevado a empellones adentro. El agresor cerró con llave la puerta, levantó un banquito del suelo y amenazó físicamente. “¡La plata o lo mato!”, repitió. “Saqué tres billetes de dos pesos del bolsillo izquierdo del pantalón y se los di. ¡Deme más!, gritó. Entonces, saqué la billetera del otro bolsillo y le di lo que tenía para el viaje a Paraná. Él lo tomó y, extrañamente, no me robó la billetera”. Como si con eso fuera suficiente. Y se fue. El cura no lo siguió. “Como dice el refrán, a enemigo que huye, puente de plata”, dijo a El Día con una sonrisa de oreja a oreja. Pero enseguida cambia el gesto. “Quedé consternado por el cambio que vi en él, por pensar lo que la droga puede hacer con un muchacho joven, valioso, que creo que era sincero la primera vez. Le agradezco poder contar esto ahora - apuntó, como diciendo “no me mató” -, porque algunos amigos me dijeron que la saqué barata. Y que por suerte tenía ese dinero del viaje, porque si no, tal vez él hubiera reaccionado distinto. Cuántos jóvenes están como él; acá en Colón más de 200. ¡¡Los jóvenes están hechos para las grandes empresas, tienen madera de héroes y de santos, porque Jesús los hizo así!! - exclamó -. Y terminan de esta forma, por la droga. Si terminó entrando a una parroquia dispuesto a matar a un cura por dinero para comprar droga, ¿quién puede sentirse seguro? ¿Y qué podemos hacer por ellos? La responsabilidad de esto la tienen los narcotraficantes pero también todos nosotros, la sociedad. Por eso invito a todos a que pensemos qué podemos hacer por ellos”. Le preguntamos qué haría si el joven volviera a buscarlo y le pidiera hablar. “Lo recibiría, claro. Recuerdo a Juan Pablo II en esto y su enseñanza de vida... cuando salió del hospital y lo primero que dijo fue que perdonaba a Alí Agca...” Y le apuntamos nosotros aquel episodio de “Los Miserables” (1862), de Víctor Hugo, cuando Jean Valjean vuelve a la casa del cura y le roba los cubiertos de plata. Descubierto por el obispo Myriel, éste le dice amablemente: “hijo, me los hubieras pedido y te los daba. Es más, llévate éstos también, te harán falta”. Y se los da, a condición de que cambie de vida. Con ese gesto, el cura redimió para siempre el corazón del hombre que, recuperado, se dedicó a hacer el bien y ayudar a los demás. Rougier sonríe. “Sí. La Policía o los jueces harán su trabajo. El mío es ser sacerdote. Así que lo esperaría y atendería y hablaríamos. Todos sabemos lo que es la droga y lo que pueden hacer los drogadictos. Con esta experiencia, no sólo lo sé, sino que la droga entró a mi casa y me amenazó. Ahora lo viví en carne propia y con más razón digo que tenemos que hacer algo, que ayudarlos a salir de eso”. Fuente: Verónica Toller de la redacción del diario El Día.